El 31 de agosto, los destinos de miles de personas cambiaron para siempre… Estamos acostumbrados a ver la tragedia como cifras, no como dolor ajeno, y esto puede tener consecuencias terribles para cada uno de nosotros. Durante la semana del 27 de agosto al 2 de septiembre, nuestro planeta vivió eventos que deberían haber sacudido al mundo, pero en cambio, se convirtieron en “una noticia más”.
Imaginen: tres tornados girando simultáneamente sobre cráteres volcánicos en Islandia, un fenómeno registrado solo por tercera vez en más de 40 años. O una tromba marina en Surgut, una ciudad ubicada en una zona de clima continental subártico, donde tales fenómenos eran extremadamente raros. Pero lo más alarmante no son las anomalías en sí, sino cómo reaccionamos ante ellas.
Los científicos llaman a esto “amnesia climática”: cuando el cerebro humano deja de responder ante tragedias repetidas. Como explica la neurobióloga Dra. María Rodríguez:
"Cuanto más vemos catástrofes, menor respuesta emocional generan. Es un mecanismo de defensa, pero en el contexto de la crisis climática resulta peligroso".
En Afganistán, un terremoto de magnitud 6.0 se cobró la vida de más de 2200 personas, y en Sudán un deslizamiento de tierra sepultó una aldea entera, llevándose la vida de más de 1000 personas. Pero, en lugar de indignación general y acción, hubo silencio. ¿Por qué?
Porque, como muestran los estudios de la Escuela de Salud Pública de Harvard, la empatía tiene un límite: cuando las víctimas son demasiadas, nuestro cerebro cambia al modo “esto no es asunto mío”. Vemos cifras, no personas. Y así se forma la amnesia climática: dejamos de reaccionar ante lo que debería mover montañas.
Dejar un comentario